EN DEFENSA DE LA CAUSA NACIONAL

El folleto carece de pie de imprenta. Visto el lugar en que aparece fechado el texto, debió imprimirse en Curazao en 1869. (N. del E.)

EL EVANGELIO LIBERAL

Dolorosa es la obligación que nos impele a escribir, pero es una obligación sagrada. De aquellas que imperan, inexorables, en almas bien formadas; de aquellas que impone el honor, y con el honor el patriotismo, los derechos de la verdad, los de la justicia, y el noble sentimiento del amor a la humanidad.

Abandonando el temple de nuestra genial y característica moderación, adoptaremos por la primera vez, a los treinta años de lucha sin descanso, en defensa de la santidad de nuestra causa, y en justa e imprescindible represalia, ese tono, arma de guerra, con que acostumbran abroquelarse sus enemigos para combatirla sin tregua, y afrontaremos la voracidad del monstruo de la calumnia, desatado por las furias infernales.

El pueblo de Venezuela corre a las armas una vez más; derrama ya su sangre generosa. Valiente y perseverante, cualesquiera que sean las vicisitudes, él no dejará ya esas armas hasta el día después de su victoria; que como victoria liberal, datará la era de la verdadera fraternidad y de la única normalidad posible.

Sagrada es, pues, la obligación de acelerar la jornada de esa regeneración, por el bien de los oprimidos, y aun por la salud de los mismos opresores.

¡Líbrelos la Divina Providencia de su propia ceguedad!

¿Y por qué la guerra? Es que los usurpadores de antaño, los verdugos pertinaces, disfrazados de hombres justos, y de hombres libres, tiñendo de azul su vieja bandera, la del color de sus pasiones, sanguinarias y candentes, e inscribiendo en ella los mismos temas y doctrinas que por treinta años han venido combatiendo, pretenden ajustar de nuevo la ignominiosa coyunda del vasallaje, a la noble, a la indómita cerviz de un pueblo, que conocedor de sus derechos, idolatra de su soberanía constitucional, imprescriptible, inalienable, ni puede ser engañado, ni quiere ser subyugado. El pueblo que antes se inmolaría, antes desaparecería de sobre la faz de la tierra, que consentir en el criminal empeño de los incorregibles usurpadores de esa soberanía de los que, deslumbrados por su vanidad, impelidos por una ambición voraz, precipitados por rencores añejos y envenenados, pretenden mantener esclava la voluntad nacional, y despojarnos del honor.

En situación tan cruel y absurda, creada por un puñado de soñadores desatentados, es un bien para la humanidad, es un servicio a la América, es un deber inflexible para con la patria adorada, robustecer la conciencia pública, iluminarlo todo con la luz de la verdad, restablecer en su pureza la tradiciones honradas, y presentar de relieve a las recientes generaciones la justicia de nuestros derechos. Conocido el origen de nuestros desastres, definido en realidad el mal, es que podía acertarse con su remedio; y en lugar de lentos, débiles y prolongados sacrificios, un esfuerzo universal y simultáneo nos redimirá, y nos habrá de conducir a la dulce paz, con honor y libertad. No hay paz solida en Venezuela, si no se asienta sobre la voluntad de la gran mayoría liberal.

Nada puede ser tan conducente a este propósito, de la más sana intención, como presentar ante el tribunal de la razón pública, perfectamente develados, los temas falaces con que, hipócritas, pretenden seducir y engañar a pueblos inteligentes pero benévolos, los astutos asaltadores de sus más grandes derechos. Sí; hagamos que comparezcan esos torturadores de la verdad, esos falsificadores de la historia, esos fecundísimos inventores de falsos hechos, de falsos juicios y falsas promesas, ante el gran jurado nacional. Traigamos a un examen justiciero, a un cuadro panóptico, sus palabras y sus obras, y el fallo universal será infalible,

Se nos acusa, liberales, de personalistas, con referencia a aquellos de nosotros, que no contribuimos a la revolución de 1868. ¿Se funda en justicia tal acusación?

No; aquel Gobierno derivaba sus títulos de elecciones, en que la voluntad pública fue unánime. Tuvo origen en aquellos días, en que ese partido mismo, que hoy nos calumnia, bendecía el Tratado inmortal que salvó, reinstalando la soberanía nacional al mismo tiempo. Con nosotros, ellos aceptaban una situación, producto natural y necesario de cinco años de lucha empeñadísima. El período constitucional estaba ya al expirar en 1868, y gran número de nuestros compatriotas liberales, y aun del bando opuesto, no veían la necesidad de una apelación a las armas, para alcanzar, a precio de sangre, divisiones y desastres, lo que una espera de pocos meses debía producir infaliblemente. ¿Merecen estos patriotas el apodo de personalistas, porque no se dejaran seducir con palabras falaces y pretextos insidiosos, para fines profundamente pérfidos?

Pero hay más. ¿No han sido arrinconados y aun vejados, no son llamados hoy también personalistas, los mismos liberales que disgustados con el Gobierno del general Falcón, y engañados con las palabras olvido, unión y fraternidad, siempre falsas en la boca de los astutos impenitentes, no sólo tomaron las armas, sino que con su adhesión hicieron posible, y aun inevitable, la caída de aquel orden de cosas, como hicieron realizable otros incautos, la del que cayó en 1858?

Apenas quedan sirviendo de frontispicio artificioso de ese monumento de la mala fe, una docena de hombres que no encuentran cómo desatar las ligaduras que los cautivan, y otra docena de seres débiles, de conciencia enfermiza, martirizados por sus propios remordimientos, avergonzados de su fragilidad, arrepentidos de su candidez, y atónitos ante los absurdos resultados de su incauta y desgraciada confianza. Queda también colgado en este frontispicio nuestro programa, cual red extendida para aprisionar seres humanos.

Vedlo aquí. ¿No fueron los generales Domingo Monagas, José Gregorio Monagas, Acosta y Villalba, los jefes de la revolución de 1868, en el Oriente? ¿No fueron Acevedo y Mendoza los caudillos en el Estado Bolivar? ¿Miguel Antonio Rojas, Rufo Rojas, Nolasco Arana y Guillermo Pérez, no lo fueron en Aragua y Carabobo? ¿Borrego y Crespo no encabezaron la del Guárico? ¿En Cojedes no fueron Casimiro Bolivar y Carmen Perez? ¿En Coro no presidieron Diego Colina y Couriel, y en el Zulia los generales Pulgar y Zuleta? Y bien, ¿cuál de ellos acompaña hoy a la horda de los embaucadores?

¿Cuantos de los jefes y oficiales que concurrieron con ellos a realizar aquel cambio? Es un hecho que esos militares, de honor y conciencia, con innumerables otros, al verse engañados capciosamente, todos, menos dos, han empuñado las armas para rescatar sus derechos y los de la patria. Y esto, oligarcas, ¿no os enseña cosa alguna? ¡Nada veis... esperad... crudos golpes os abrirán los ojos!

Predican los tiranos el olvido del pasado. Anatema, gritan, contra aquel que mencionare la autocracia de los veinticinco años, o la liga que la acompañaba y sostenía, domeñando la República en verdadera oligarquía. Maldición al que recuerde los triunfos constitucionales del pueblo en 1846; o la traición aleve y sanguinaria de aquel año infausto, perpetrada por el supremo guardian de las leyes, y por esa tribu de esbirros implacables; o la dinastía a que dio existencia esa traición; o el engaño atroz de 1858; o la pérfida reversión de los mismos temas con que aquella falacia logro triunfar. Odio inexorable, y persecución y ruina al brigan que ose recordar los crueles destierros, el apiñamiento de víctimas en numerosas cárceles, las bóvedas henchidas de cautivos, tratados como en Berbería, y los grillos y cadenas de aquel quinquenio memorable, todo entero consagrado a hacer imposible la federación y el triunfo del programa liberal, que hoy nos dicen que vienen a consolidar. Todo eso debe olvidarse; con los pontones que se hundían; y con el inclemente y abrasador desierto de Bajoseco, la Siberia intertropical, inventada por la ferocidad mas despiadada que pudiera desplegar Satanás. Cómo deben borrarse de la mente horrorizada y del corazón enternecido, todas las lagrimas, todos los martirios, todos los patíbulos y todos los asesinatos a sangre fría.

Todo eso es pasado, y como tal, nada enseña y nada prueba. Con ese aplomo con que esos hombres se ven las caras sin sonrojarse ni inclinar la vista, exclaman a cada paso: Ya no hay para Venezuela sino su presente y su futuro.

Enhorabuena. Todo verdadero liberal estaría dispuesto al gigante esfuerzo, y haría ese sacrificio, vestido de gala, en las aras sagradas de la patria. Todos bendeciríamos esos propósitos, para gozar de las dulzuras de la fraternidad y de la paz. No hay uno sólo que no los acariciara con júbilo, y no los anidara en el corazón.

¡Pero, qué ilusión tan fugaz! En ese presente y en ese futuro nos toca la condición de parias. Como esos farsantes que de pueblo en pueblo cargan sus vestiduras y decoraciones bajo del brazo, al representar el papel de César, ciñen trabuco a la cintura.

Leed lo que repite en cada día, esa prensa corrompida y corrompedora. Es el proceso monstruo de los cinco años de la federación, que para la sana inteligencia, la buena fe y la rectitud oligarca, no son pasado... ¿Serán presente esos cinco años de 1863 a 1868, o es que serán futuro?

Serán futuro, como aquello de los agitadores y falsos tribunos de 1840 a 1846; y como son futuro las que se empeñan en llamar, luchas estériles. Es decir, las de los treinta años, en que brazo a brazo, en lid incesante con el bando retrógrado, ha convertido el partido liberal su programa en código fundamental de la República, y base de un porvenir de libertad, paz y de progreso. ¡La libertad estéril! ¡Y no quieren que se les llame godos!

Pero corramos la vista por ese proceso, o causa criminal, que viven pregonando; y revestidos de paciencia, vamos recorriendo sus cargos. Helos aquí.

Disipación de las rentas públicas, caudillaje en los Estados, expropiaciones, reclutamiento, peajes, abusivos, presupuestos insolutos, acreedores burlados, intervención del Gobierno General en los Estados, e ingerencia en las elecciones nacionales.

Sea. Hombres de buena fe, como lo somos y hemos sido siempre, conocemos que en el periodo siguiente a aquellos cinco años de lucha sangrienta y suprema, ni el país podía gozar de una perfecta normalidad, ni el cuadro entero de los valientes que lo habían sacado del cautiverio, podía ser de administradores consumados; y que no dejó de cometerse, desgraciadamente, muy sensibles errores; pero ¿no estaba ya terminado aquel período constitucional? ¿Era posible su continuación? ¿No tocábamos evidentemente su fin, y estábamos en la víspera de una situación distinta y nueva?

Hagamos gracia, sin embargo, de todo eso. Hagámosla también de cuanto haya de supuesto y de exagerado en esa serie de acusaciones. No necesitamos para tales hombres, ni aun de contradecirlos, para confundirlos. Ahora como siempre, apandillados, son víctimas de la más completa ceguedad; y abusando de nuestra decente y patriótica moderación, se lanzan sin pudor y previsión en charcos en que quedan atascados.

Decid, oligarcas: no es disipación de las rentas dar por consumidos millón y medio de pesos, en un paseo de vuestro ridículo Presidente, con un puñado de soldados, al occidente de la República, que sorprendido y vacilante, aceptó sin resistencia la transformación, fiando en los pactos de unión y fraternidad? ¡Cuando Falcon hizo una expedición igual, resistiendo al general Rojas, levantasteis vuestros ladridos hasta las nubes, porque consumió doscientos mil pesos!

¿No es disipación que además de ese millón y media se quedase debiendo otro millón, como gastos del mismo paseo?

¿No es disipación que todos los derechos de la aduana del Táchira se hayan estado y se estén perdiendo para el erario nacional, bajo ese régimen de vuestra honradez?

¿No es disipación que se estuviese dando por gastados en Puerro Cabello, cinco mil pesos diarios, para sólo mil hombres y tres o cuatro buques?

¿No es disipación que la aduana de La Vela no ingrese derechos cuando los buques y sus cargamentos entran y salen sin interrupción?

¿No es disipación que en una guarnición de ciento sesenta y nueve hombres, en La Guaira, haya noventa y cuatro generales, jefes y oficiales, según acaba de decirlo a ese vuestro Gobierno, y publicándolo en el Diario del Comercio, el honrado administrador Lorenzo Mendoza? ¿Ni lo será igual desorden en Caracas, y en toda la extensión de la República?

Y, decidnos: ¿qué nombre habremos de dar a ese crecimiento monstruoso de lo que llamáis deuda de la revolución?

Y decid, si no es un desfalco, cometido en menos de ocho meses el que demostró el honrado ministro Rafael Martínez, de dos millones y medio de pesos.

Y ved cómo podéis cubrir vuestras complicidades y aparcerías, en el agio monstruoso que está devorando el pan de los servidores y de los desdichados pensionistas.

Y explicad, si hubiere cómo, lo que sean esas cláusulas secretas de vuestros contratos de vestuarios.

Decid qué nombre merecen esas compras, por dos tantos de su valor, del Honfleur, del Irene y del Monagas; y ese gasto de treinta mil pesos, en lo que llamáis blindaje del Bolívar.

Revelad cuánto habéis disipado para saciar a Becerra, en recompensa de todo lo que contribuye al desahogo de vuestras pasiones, y a precipitaros en el último abismo.

Y por terminar ya con este cargo, y no porque falten otras muchas pruebas del espantoso latrocinio de las rentas públicas, os preguntaremos en globo: ¿Qué habéis hecho con ocho millones de pesos que en año y medio han desaparecido en vuestras manos?

¡Caudillaje en los Estados!; y no hay pueblo ni caserío en que no tengáis una fuerza, con su cabecilla, para el cual no hay más leyes que su albedrío. Y tenéis en la misma capital a un general Vega y un general La Rosa, no sólo independientes del comogobierno interino, del cual no hacen caso ninguno, sino conspirando contra él, y acaudillando, amén de sus tropas, una bandada de malvados, de verdaderos asesinos, que son el terror de esa desgraciada población, y que no sólo sacrifican a los ciudadanos en sus hogares y en las calles, sino que dentro del Palacio del Gobierno y a grito herido, ¡dirigen amenazas de muerte al encargado del Ejecutivo y sus ministros!

¿Qué es Sotillo, ese que siempre llamasteis el Tigre, el Rinoceronte y el Minotauro, en esos Llanos, que dejará sin una res, ni una mula, ni un caballo, al modo que toda su vida lo ha hecho por dondequiera que ha pasado?

¿Qué son, en fin, una buena parte de los jefes que habéis situado en la extension del territorio que os obedece, sino unos Galanes, que como el de Coro, restablecen la confiscación? Este vándalo ha hecho desaparecer hatos enteros, reinstalando ese derecho draconíano que habían abolido todas las instituciones que se ha dado Venezuela desde 1810 hasta ahora.

Aun haciéndoos merced de esa arbitrariedad sultánica, aun perdonando el escándalo de que a estas horas veamos resucitada la bárbara confiscación en la desdichada Venezuela, tendréis vosotros mismos que bautizar esos despojos, con el nombre de expropiaciones, es decir, con el mismo nombre y carácter de esas tan pregonadas expropiaciones del tiempo pasado, que no cesáis de condenar en esa vuestra prensa mendaz y calumniosa.

Camero ha debido levantar fuerzas en Maturín; Barbieri en aquellos mismos contornos, Olivo y otros jefes en Cumaná, Carvajal en Barcelona, etc., etc., todo por órdenes de vuestro menguado Gobierno; y esos generales han tenido que mantener esas tropas, que hacerles otros suministros, y que trasladarse con ellas a considerables distancias. ¿Habéis mandado a todos y cada uno de esos jefes fondos suficientes para esos grandes gastos? ¿No habrán tenido que valerse de la propiedad particular para poder cumplir vuestras órdenes? Y eso mismo ha sucedido en los Llanos, y acontece hoy en todo el ámbito del territorio que domináis todavía. No es, pues, sino con la mas refinada y la más cínica mala fe, que calificáis de crimen en el proceso de la Federación, procederes iguales a los vuestros de la actualidad.

Pero pasemos ya al reclutamiento forzoso, ¿Cómo es que podéis estar acusando al régimen anterior de una violación de la ley, al tiempo mismo en que estáis cometiendo igual atentado? Cazáis los hombres por los poblados y los campos con furor satánico. A muchos infelices habéis matado ya, como se matan fieras, porque han huido o pretendido huir de vuestras sogas y cabestros. Cazados que son, emparedáis a los que cogéis vivos, cual prisioneros de la Inquisición; y esa bocina de todas vuestras mentiras, que para poderse mentir también a sí misma, se llama El Federalista, publica ostentosamente luego, que está acuartelado un número doble o triple de voluntarios. Y esto a la presencia de nuestros inteligentes pueblos, a quienes habéis dado en la extraña monomanía de suponer idiotas. Es en esta creencia que conserváis perenne la acusación del reclutamiento, como cargo contra la Federación, que fue quien los prohibió terminantemente en esas leyes que estáis violando.

En cuanto a los peajes abusivos, se os debe la franqueza con que confesáis (tal será el escándalo) que siguen abrumando a ciertas poblaciones, en ese vuestro reinado azul. Por vuestros mismos escritos sabemos que la ley que prohíbe tales depredaciones, es tan ineficaz hoy, como lo fue antes, y que reclamáis para ponerles coto, el cumplimiento de la prohibición, que no vosotros sino los liberales, expidieron. Y ved aquí que ese proceso que forjáis a la Federación, no es sino vuestra causa criminal, sin más excepción que la carátula.

¿Pagáis, calumniadores, con la puntualidad que exigíais del régimen caído, los sueldos y pensiones del presupuesto? No; todo el que os sirve está pereciendo. Borrad, pues, esa otra acusación, de la causa criminal que vivís pregonando, o aceptarla también contra vosotros.

¿Pagáis los intereses de la deuda pública? No; vivís chasqueando a todo linaje de acreedores, del interior como del exterior. Tened siquiera la discreción de guardar silencio, en materia en que, comparados con el Gobierno que maldecís, aparecéis cargados con una responsabilidad mucho más graves

Comparad vuestro crédito en el comercio honrado de Venezuela, así de extranjeros como de nacionales, con aquel que en pocos meses supo fundar el general Guzmán Blanco, como Jefe del país. Trescientos mil pesos necesitó una vez, por haberle faltado el banquero a su compromiso, y en dos horas le presentó el comercio dos veces esa suma, y el pago a que ella estaba destinada se hizo puntualmente al siguiente día. ¿Y con qué sacrificio? Con ninguno. En términos bancales.

Nuestros bonos, que entonces subieron hasta el 44 por ciento en la bolsa de Londres, los tenéis al 20 por ciento puramente nominal.

El agente que los acreedores del exterior acaban de mandar a entenderse con vosotros, suponiendo que tuvieseis Gobierno, ni llegó a anunciarse. Espantado, al saber que se mataba por las calles, se ha vuelto a informar que Venezuela es ya un país de beduinos.

Y acusáis capciosamente al comercio, sin respeto alguno a su integridad y sanas intenciones, de indiferentes a vuestras angustias vergonzosas. Es que sabe muchos de vuestros secretos fraudulentos. Es que ve y palpa lo precario de vuestra falsa posición. Es que nunca pagáís, nunca cumplís vuestras obligaciones ni vuestros más solemnes pactos. Es que la mala fe encuentra siempre cerradas las puertas de la confianza. ¿Quereis que quiebren para salvaros? ¿Queréis que caigan con vosotros, por evitar vuestras calumnias y vuestros salvajes desafueros?

Es verdad que vosotros creéis probar la regularidad en los gastos, con publicar ostentosamente, lo que habéis dado en llamar en ese papel, infecta cañería de vuestros odios y pasiones, Boletín de la Hacienda Nacional; y también es verdad que si escribieseis para guajiros o guaraúnos puros, el tal Boletín no les dejaría nada que desear. Pero decir lo que ha entrado y lo que ha salido de algunas arcas públicas, ¿es acaso revelar en que se consumen esos millones de nuestra renta anual? Que el dinero entra y sale, harto bien lo sabemos. sin que lo diga el Boletín. ¿Qué prueban partidas tales como "En almacén de marina", "En almacén de víveres y efectos" "Buques de guerra", "Fuerza permanente", etc., etc.? Eso no demuestra sino el cómo se asientan las partidas en los libros de la cuenta. Eso, no revela la verdadera inversion legal de los caudales públicos. Eso no impide que en la guarnición de La Guaira, de ciento sesenta y nueve hombres, como dijimos antes, y repetimos como un ejemplo palpitante, tengáis noventa y cuatro gandules, entre generales, jefes y oficiales. Eso no descubre ninguno de los secretos de aplicación, en esas comisarias de Ejército y de Marina, verdaderas vorágines de cuanto producen nuestros bondadosos pueblos. Ese Boletín, que ostentáis como contraste, no es sino uno de tantos disfraces de gente honrada, con que os agrada comparecer ante la República para mejor gozarla. En lenguaje común, del idioma castellano, todo eso tiene su nombre. Eso se llama embaucar.

Pasemos al cargo de la intervención del Gobierno general en los Estados, o sea la hostilidad a la autonomía constitucional de cada Estado. Al tratar este punto, no encontraríamos en ningún idioma palabras bastante netas y expresivas, si hubiésemos de dirigirlas a vosotros, voraces calumniadores. Nos volveremos, pues, hacia la gran mayoría de nuestros compatriotas, para preguntarles: ¿Habéis visto, liberales, la Circular del Ministro del Interior, en ese régimen de la oligarquía? Ella declara que ese Gobierno general, intervendrá con las armas en toda cuestión o lucha de cualquier Estado, cada vez que le parezca bien hacerlo. Así es como estos señores respetan la Constitución federal, que terminantemente prohíbe tal intervención. Con esa buena fe, es que aceptan la Federación, y que se preparan desde ahora a conservarla incólume. Y como ese mandamiento del Pacto federal, no tiene por qué ser más sagrado que todos los demás, claro está que este Gobierno está dispuesto a cumplirlos, sólo cuando no le parezca bien bien obrar en abierta rebelión contra ellos. ¿Puede haber ejemplo de un descaro, de una insolencia, de un desprecio del pueblo venezolano y de sus instituciones, de la magnitud y trascendencia de esa declaración gubernativa?

Pero ¿Por qué extrañarlo? ¿No ha intervenido ese Gobierno general en los Estados descaradamente, quitando Presidentes y poniendo los que han sido de su agrado? Pues estos son los hombres, que acusan al Gobierno anterior, amargamente, por no haber respetado la autonomía de los Estados.

Pero ¿por qué tampoco extrañarlo? ¿No se atreven a hablar también de la libertad de las elecciones; de esa prerrogativa sagrada, única expresión de la soberanía constitucional del pueblo venezolano?; ¿de esa sola fuente de todo derecho, de toda autoridad legítima, de toda jurisdicción digna de respeto y obediencia? ¡Ellos, que hace veintitrés años que derrocaron esa soberanía, y que, en fuerza de la más pérfida y criminal conspiración de los comisarios públicos y de sus aparceros, presididos por un desleal, encargado del Poder Ejecutivo, guardián juramentado de nuestros derechos, destrozaron las urnas electorales, hicieron trizas la voluntad pública depositada legalmente en ellas, e impusieron a la República, con inexorable crueldad, el capricho de sus pasiones! ¡Ellos, que para cubrir ese crimen de lesa majestad, de lesa patria, levantaron un monte, una cordillera de otros crímenes, que a perpetuidad los estarán confundiendo y avergonzando! ¡Ellos, que de manera tan satánica, arrancaron entonces a Venezuela del carril de sus instituciones, y la precipitaron por estos abismos, que vamos cegando con escombros y cadáveres! ¡Ellos, que zapando los cimientos de todo buen derecho, dejaron a la patria sin derecho, a las leyes y al Gobierno sin razón de ser, y en ruinas lastimosas los principios, las sanas y salvadoras doctrinas, como la justicia, y como todo elemento de orden, libertad y paz! ¡Ellos que así desplomaron el edificio político, y lo han seguido demoliendo, hasta convertirlo en catacumba, poblada de osamentas humanas! ¡Ellos (asombra oírlo, espanto leerlo), ellos, los soberbios, los ambiciosos usurpadores de la soberanía del pueblo venezolano, osan hablamos de elecciones!

Y a fe que ya nos dieron un pasmoso ejemplo de la verdad y buena fe de sus promesas, ¿Hase visto algo más audaz y desvergonzado, que los medios empleados para la absurda elevación al Solio Ejecutivo de Ruperto Monagas, verdadero quidam, tan ignorante como incapaz, escogido como testa férrea para tener un maniquí al servicio de las pasiones oligarcas? Dirigido por ellos, arroja hacia el centro las tropas que su padre dejó a sus órdenes, invade y ocupa el Estado Aragua, sin permiso ni aun participación de su Gobierno, y empuja sus avanzadas hasta una jornada de la capital, residencia del Ejecutivo y del supuesto Congreso. Este Gobierno le manda retroceder, y el ambicioso, desenfrenado, desobedece abiertamente. El que se llama Ejecutivo, pasa por la ignominia de apelar al Congreso, y es el legislador el que, convertido en administrador, que no hay, pide al invasor que se detenga; al tiempo que por comisiones expresas, le protesta y jura será obedecido, aceptando y consagrando, a nombre de la infeliz República, el criminal atentado de asaltar asaltar salvajemente el Poder Público. Y la farsa o a su afrentoso desenlace, levantando los supuestos delegados de la nación al solio ejecutivo, a un hombre que sólo puede tener un lugar en los anales del escándalo y la ineptitud.

Y tras ese encumbramiento, ¿cómo convertir la Designatura en Presidencia posterior? Nada hay vedado a la fe púnica del partido opresor de Venezuela, por un simple acuerdo, en una sola discusión, se reforma la ley de elecciones, para que inmediatamente se proceda a las de Presidente, aunque ningún motivo hubiese para esa anticipación, pues que el escrutinio final de la elección por el Congreso, siempre habría de hacerse al año siguiente. Y de aquí, de esta combinación grotesca, ¿qué podía esperarse? Esa farsa ridícula, que están llamando elección para Presidente de la República, y que los pueblos han visto con una indiferencia tan elocuente como resultará fecunda

Es así como los oligarcas se proponen asegurar a los venezolanos, el ejercicio de su soberanía constitucional, que los mismos hombres hicieron añicos en 1846.

¡Al pueblo de Venezuela, que viene reclamando ese su grande, su único derecho, hace ya treinta años, y que viene luchando valerosamente por entronizarlo, ha más de veinte. Al pueblo inteligente, activo y valiente, y singularmente perseverante, que ha producido tantos hombres eminentes! ¡Tal pretensión es algo más que delirio; es verdadero frenesí! ¡Sabe el cielo cuánto costará todavía a esos verdugos!

Y ante semejante cúmulo de derechos, como estamos rescatando, ante tan alto fanal de justicia, como el dogma liberal, ¿qué atentan a pronunciar los insaciables vampiros, los sacrificadores implacables de esta desdichada madre, que han jurado hacer su esclava? Agotado ya el diccionario de las injurias del castellano, han apelado a otras lenguas, para llamarnos briganes; y como nuestro nombre gentílico, se nos llama "personalistas", aunque ellos saben, como la República entera, que en la actual contienda, ni aun el mismo Primer Magistrado que dejó de serlo, como lo está comprobando, piensa ni quiere su restauración en el mando.

¡Personalistas nosotros los liberales! Los que hace ya treinta años que enarbolamos la bandera del poder civil, y del Gobierno alternativo, para poner fin a una autocracia que contaba veinte años de existencia ininterrumpida; y que, convertida por el hábito en la manera de ser de la sociedad política, mantenía en receso todos los principios, tenía desnaturalizadas todas las doctrinas, convertía en letra muerta las instituciones, y en vasallaje la ciudadanía; mientras que condenaba toda independencia, desestimaba todo decoro personal, elevaba toda sumisión, premiaba toda bajeza, convertía en máquinas de su poder la justicia y la iglesia, el ejército como la toga, el comercio como las industrias; y se llamaba, según los casos, para la guerra, león; para la paz el gran principio; y para la numerosa turba de sus parásitos y lisonjeros, era el esclarecido dispensador de todo derecho, como de la seguridad, el honor y la gloria de la nación. Religión era aquélla para casi toda la población, en que los hombres de treinta, y hasta de más años, no tenían idea de otro género de existencia política; y mucho menos, de los derechos y las prácticas de la República, que relegaba a los libros, ni esperanza era ya, sino mera sombra de aquella época radiante, de sangre y gloria, que iluminó el sol de la independencia y de la libertad. Religión de mentiras, ante la cual aparecerían ennoblecidos el politeísmo, el sabeísmo y hasta el grosero fetichismo de los salvajes.

Y nos acusan de personalistas los que formaron desde entonces un muro para defender y perpetuar aquella negación de nuestra soberanía, aquella República pupila de un hombre, aquella servilidad perdurable y vergonzosa, aquella danza política, al compás de la voluntad de un ambioso, aquella somnolencia morbosa, en que Caracas registraba trescientos o cuatrocientos votos, todos dictados, para una elección nacional, no de magistrados y legisladores, sino de apoderados o electores, que eran siempre los mismos que aceptara el dictador enmascarado. Nos llaman personalistas, los que querían perpetuar en un individuo la monstruosidad de una institución sin nombre, tradicional, consuetudinaria, diametralmente opuesta a la letra de nuestra Constitución, cual era le de un veto absoluto, sobre las leyes como sobre toda acción social, y sobre el premio de los servicios a la patria, y sobre la reputación misma de los ciudadanos, verdaderos corderos de aquel rebaño, que llevaba el nombre de República.

Y esos mismos individuos, con los aires que ahora les convienen, de verdaderos tartufos, ante las nuevas generaciones, sueñan reclutar en ellas cómplices, que los ayuden a recomponer su palacio fantasmagórico a restaurarlo, a restablecerse en estirpe de señores, de cazadores, de seres privilegiados. Y para esto, no sólo niegan toda verdad de lo pasado, no solo fingen una historia, para cambiársela a la República por su verdadera historia, no sólo quieren preocupar y alucinar a los hombres y trampear los hechos, sino que emplean la calumnia, la perfidia, la alevosía, el dolo y, lo que es más doloroso y humillante, el vil soborno. Sí; soborno es, y nada mas que ese degradante y degradador resorte, eso de ir escogiendo entre la juventud y en nuestras mismas filas, reclutas de temple débil, y de alma corrompida, para asociarlos a sus gangas y perfidias. Cambalache vergonzoso, en el cual se compra la apostasía y la complicidad, a precio de una falsa elevación, tan degradante como despreciada y fugaz. Dura, lo que la vida de los más viles insectos.

Pero ¿por qué extrañarlo? ¿Cabe que se escojan medios honestos para alcanzar fines bastardos? ¿Cabe que en las palabras ni en los hechos de la demente usurpación, impere el orden de la buena lógica? No; la lógica es una facultad exclusiva de la sana conciencia.

Con esa su lógica, se nos exhiben hoy federales; ellos que, durante todo un quinquenio, acaban de empapar en sangre todo el territorio para hacer imposible la Federación. Con esa lógica son amigos de la libertad de la prensa, los que mantuvieron siempre subjúdice, y sentenciaban a muerte a los escritores. Con esa lógica son ahora los acérrimos defensores del voto directo, los que lo monopolizaron veinticinco años en sus colegios electorales. Con esa lógica son los entusiastas partidarios del sufragio universal, los que lo mantuvieron cercenado y estancado todos esos años, y los que tanto bregaron para limitarlo a aquellos que supieran leer y escribir, excluyendo así, del ejercicio constitucional de la soberanía del pueblo, a las masas populares. Con esa lógica son los amigos del derecho de asociación pública, los que daban leyes que calificaban de tumulto toda reunión de ciudadanos, que no estuviese al servicio de sus intereses y pasiones. Con esa lógica, en fin, se llaman liberales, al modo que los musulmanes se llaman a sí mismos, los verdaderos creyentes.

Pero detengámonos para preguntar, ¿que significa eso de negar su nombre los oligarcas? ¿Es que los de 1868 y 1869, abjuraron de las doctrinas que sostuvieron la autocracia Páez, que cumplió veinticinco años?; ¿es que renuncian a la confabulación en el monopolio de poder público?; ¿es que reconocen la traición que derrocó en 1846 la soberanía del pueblo venezolano; y la que infantó el fenómeno de una dinastía que dominó doce años más; y la que inventó el cambio de 1858, y la traición que lo desmintió; y la que en cinco años posteriores, ensayó el terror, hasta las extremidades propias de tártaros, y beduinos, hotentotes y fieros cafres? Entonces, y siendo fieles los restos de aquella falange a esa reversión de satánicas doctrinas, a esa protesta de su vieja conciencia, lógico sería que quedásemos concordes para lo presente y lo futuro. Si aceptan en sus escritos el programa liberal, si arrojan de sí los propósitos y los hechos que los separaban de nosotros, la situación vendrá a ser totalmente otra ¡Que responda a todo esto la ley de Lynch, que han sustituido a su antiguo programa!

Pero ¿puede aceptarse como coexistente con esa condenación de su pasado, y con la sincera adopción del nuestro, que se sustituyan de una manera exclusiva en el goce de un nuevo monopolio a los autores de ese programa, a los que lo han convertido, en una lid de treinta años, y a precio de crudelísimos tormentos, en código fundamental? ¿Sería aceptable para los apóstoles, los mártires y los constantes obreros de esos treinta años, su exclusión, su deshonra, su apartamiento de la familia venezolana, y su desheredamiento de esa fortuna, que en tan larga y costosa lucha han asegurado a la madre común?

Y, dejando a un lado la fuerza de estas razones, el imperio lógico que ellas entrañan, acercándonos al teatro de los hechos, ¿no encontraremos deducciones del propio linaje? Sí; de la misma evidencia. Si son los oligarcas los que dejan de serlo, y abjuran sus errores, y se convierten a la verdad y a la justicia de nuestra causa, ¿cómo se escribe que el partido liberal es inhábil para todo orden y toda moralidad administrativa, y cómo se asienta con un aplomo verdaderamente satánico, que este partido liberal, sea el ácido prúsico, de la sociedad? Si tal lenguaje, usado por El Federalista, ha sido empleado en pro de la unión y en prueba de la reforma del bando que se dice regenerado, no sabemos cómo entenderlo, y dejamos a todos y cada uno de los lectores, la tarea de descifrarlo.

Hagamos más en esta probanza. Pasemos de las palabras a la conducta: demos por no oído ese lenguaje, para atenernos exclusivamente a los hechos materiales. Esa elección del Primer Magistrado de la República, impuesta por sus bayonetas al Congreso, ¿será la muestra de una conversion sincera del bando oligarca a la fe liberal, que consiste esencialmente en la restauración del imperio de la voluntad de la mayoría? Aceptar en nuestras leyes la libertad absoluta de la prensa, y al mismo tiempo que esto se pregona, circundar los tipos de espías, amenazar a los impresores, y apalearlos en las calles, es desmentirse a si mismos de manera inusitada en el mundo, y declararse en estado de demencia. Protestar fidelísima adhesion a todas las garantías de la libertad civil, y al mismo tiempo organizar un tumulto de soldados y policías y desalmados, entresacados en la escoria de la población, para impedir actos de cultura y fraternidad, en un hogar doméstico, asaltando con gritos de terror e injuria a sociedades respetables, que encierran un centenar de notabilidades cívicas, y otro centenar de respetables matronas y delicadas e inocentes vírgenes, en un acto de refinada civilización, no solo es contradecirse de una manera desdichadísima, sino descender de un solo salto, precipitarse en el mas hondo abismo de la salvajía. Si es de esa manera que pretenden asociarse a la causa liberal, ¿cómo extrañan ser rechazados con indignación y con desprecio? Repetir con nosotros que el hogar domestico es un santuario, y que la vida del hombre no depende sino del Creador Omnipotente que se la dio, y al mismo tiempo emplear a ese grupo de forajidos, que en pleno día, como en la tiniebla de la noche, corran las calles gritando mueras, y cerquen las casas, y ataquen sus puertas con furor, hasta hacer morir de espanto y agitación a la víctima designada, eso es representar en pleno siglo XIX aquellas escenas con que la historia nos hace conocer a los feroces caribes y a los piratas filibusteros.

Disculpar tamaños atentados, es un delito ignominioso y sin nombre en países civilizados que no han podido concebir su posibilidad.

Fomentarlos, es excederse el crimen a sí mismo.

Y todo ello junto, arguye un diabólico desprecio del pueblo venezolano. El hundimiento de la sociedad, en nombre del orden, y de la moralidad, para consolidar la paz, y promover el progreso.

¿De qué sirve en presencia de esas bacanales insensatas, de esas saturnales degradantes, renunciar al titulo de oligarcas, nombre histórico, castizo y propio, con que vienen siendo conocidos desde su origen? ¿Es que se niegan a si mismos? ¿Es que se confiesan avergonzados de lo que siempre han sido? Apostaran de su nombre, y para no tomar asiento en el banco de los renegados, conservan sus inclinaciones y sus hábitos. Pero son torpes, parecen estúpidos, en la elección de sus medios. Veamos uno como ejemplo. Los liberales hacemos libre el pensamiento, y libre su expresión, y sagrado el hogar, y la vida inmune. Asaltan los oligarcas el poder. Ni sus magistrados, ni sus tribunales, tienen jurisdicción sobre el pensamiento, sobre la morada, ni sobre la vida del hombre. Amén, dicen ellos. Esto no puede volver atrás; quede, pues, en los códigos, y como seria imposible dominar a Venezuela, convirtiendo en verdad esos derechos, hagámoslos mentiras. Lo que harían nuestros esbirros y nuestro Osio, lo encargaremos a dos o tres docenas de sicofantas escogidos en las tabernas, en los garitos, y en nuestros zaguanes. Pase a estos nuevos funcionarios públicos, la jurisdicción sobre el pensamiento, sobre el hogar, sobre la correspondencia, sobre el tránsito, sobre la residencia y sobre la vida de todo venezolano. He aquí lo que estamos presenciando: lo que se esta ejecutando a la vista y en medio de una sociedad, que ahora un año fue dominada por un asalto, mitad violencia, mitad engaño, y que se quiere avasallar para siempre con esa mitad engaño y mitad violencia. Tal es el símbolo de ese partido: mandar siempre; subyugar las elecciones; castigadas con vejámenes, con tropelías y con la muerte. Pero no; no hay que llamarlos oligarcas. Creedlo, si nos antojásemos de apellídarlos los benditos, luego tendríais que maldecir y renunciar ese sobrenombre.

Temiendo estamos que el calificativo honrado, que con tanta desvergüenza queréis apropiaros, llegue a ser en Venezuela sinónimo de hipócrita para los hombres moderados, y para la generalidad, el sinónimo de malvado.

Decid, incorregibles; decid, incapaces para la verdad como para el acierto. ¿Qué otro nombre podría haber distinguido a esa comunión en aquellos tiempos? ¿Sería dable en Venezuela aquella autocracia de los veinticinco años, sin que coexistiera con ella una oligarquía que le sirviese de ciudadela? ¿Ignoráis que ella es a la primera, lo que la aristocracia de linaje es a la monarquía? Es decir, su pedestal, su condición de existencia, su sine qua non?

O negad que Páez mandó en Venezuela desde 1821 hasta 1846. Negad que en nombre de Santander como de Bolívar; por la Constitución de Cúcuta como por la de Valencia; respaldado en las leyes de Colombia, como en rebelión contra ellas; por la voluntad de Bolívar, y ciñéndose su espada redentora, o bien alzado contra Bolívar, y asestando esa espada contra el pecho de su generoso donador; apoyándose en el militarismo, o aniquilando a sus conmilitones; decretando fueros, o bien echándolos por tierra; con diplomas del Gobierno, o con actas de municipalidades; con el Reglamento de policía de los setecientos artículos, o con una Constitución en la mano, fue desde 1821 hasta 1846 el árbitro absoluto de los destinos de ese pueblo. Y si no lo podéis negar (suponemos que no afrontaréis la historia de un cuarto de siglo, a presencia de dos millones de testigos), ¿cómo negaríais que con esa autocracia coexistió vuestra oligarquía, modificada más o menos, según las circunstancias, a que con artes tan mañeras supo ajustarse siempre la ambición del autócrata?

Ni podréis borrar en nuestros anales, la responsabilidad poderosa de una complicidad imperdonable con aquel ambicioso, en la fundación de esa autocracia, que por haber existido tantos años, y engendrado los hábitos de esa manera de ser, absurda, ha quedado siendo el blanco de todas las ambiciones criminales, el ídolo de todos los aspirantes, el ejemplo fatídico, y la verdadera manzana de la discordia. Derroca el pueblo venezolano el poder de un autócrata, y no se concibe que ha sido extinguida la autocracia. Se supone que está vacante: y los pretendientes a ese vínculo, que Páez y vosotros fundasteis sobre la desdichada Venezuela, surgen el día mismo de la vacante, con sus presuntos aparceros; y cambiando en la escena los actores, continúa representándose la misma tragedia, Todo hombre pensador sonreirá al leer esos escritos, en que acerbamente condenáis el personalismo, que no es, en realidad, sino el fruto amargo que sembrasteis en aquellos tiempos, y que aún estáis cultivando, aunque con medios todavía mas criminales y vergonzosos.

No componen hoy esa comunión política, precisamente los mismos hombres, en número ni personalidad; y pudierais pretender por esto, ser absueltos por las atrocidades de otros tiempos; pero caeríais en una manifiesta contradicción, cuando en vuestros escritos, no sólo cargáis en cuenta al partido liberal sus faltas y sus desgracias de treinta años, sino todas las calumnias que en esos treinta años le han sido inventadas, o por vosotros mismos, o por vuestros causantes. La verdad es, según la historia de todos los tiempos y todos los pueblos, que los partidos, quieran o no, conservan sus nombres primitivos, así como su índole primera; y que las generaciones que se van adhiriendo a cada uno de ellos, se constituyen en herederos de lo activo como de lo pasivo, en lo cual el mundo es inexorable, y con mucha razón. Cada individuo tiene el derecho, y aun el deber, de examinar antes de asociarse a una comunidad política, el cargo y data de sus hechos, haberes y responsabilidades, y con la herencia queda aceptado el nombre y su pasado; lo demás es sofistico e imposible.

Si es que vuestro empeño de arrancar reemplazos para vuestras filas en las nuevas generaciones, consigue algunos, no los veremos nosotros sino como neófitos de alba túnica, ignorantes e inocentes del pasado, con los cuales queréis esmaltar esa formación, enemiga de los derechos del pueblo venezolano. Esos catecúmenos no os acompañarán, sino hasta el dia en que sepan la verdad.

Todo partido es un complejo, cuyo análisis formaría un volumen. Tenéis hombres malos por instinto, los tenéis por hábito contraído, y por compromiso, y por condescendencia, y por el interés de ayer, el de hoy o el de mañana; los tenéis por parentesco, por amistad, por humildad de carácter, por semejanza de odios, por venganza, por envidia, por imbecibilidad y por mil otras razones, casi tan múltiples como el guarismo que componéis; y dos terceras partes de ese conjunto se encontrarán libres de todos esos cargos que este escrito contiene, y en realidad lo están, individualmente. Pero no lo están como miembros de vuestra comunidad, mientras aparezcan tales a los ojos del pueblo, cuando su camino hacia nosotros, a este terreno de la verdad, de la justicia, del honor, en derredor y en defensa de la patria idolatrada, es corto, llano, honrado, y hasta sembrado de flores.

Esos jóvenes, que no serán muchos, y que por no saber la verdad, habéis logrado alucinar, no son a nuestros ojos sino lo que serían criaturas inocentes, a quienes en su peregrinación les dijesen, que el sendero que seguían (el joven elige siempre el del progreso), estaba poblado de sierpes y circundado de fieras, y les ofrecieran, como salvamento, una cueva en las tortuosidades de Sierra Morena, de la Calabria o los Abruzos. ¡Compasibles e inocentes criaturas!... Apenas conozcan bien el linaje de protectores en cuyas garras han caído, que... adivinad lo demás,

¡Es que El Evangelio Liberal no se predica hace un cuarto de siglo!...

Es que han discurrido veintitrés años ya, desde la fecha en que desplomasteis la República, para levantar sobre sus escombros esos palacios de cartón, que pintáis, que doráis, y en cuyo frontis exhibís a uno que otro liberal, en quien murió la fe, que cruzan los brazos, y se entregan resignados. Veintitrés años, desde aquellos días en que, con mano sacrílega, derribasteis la palma frondosa, gigante, fructifera y mejestuosa de la soberanía popular: y numerosos hombres que rayan en la mitad de la vida, poco o nada saben de quiénes sois. Es por eso que a veces se califican de estériles estas cuestiones, que en realidad importan, la soberanía, el derecho, la base de toda paz y libertad. El cimiento indispensable del edificio.

¡Sálvanos vuestra propia ceguedad! Apenas asaltáis el poder, os exhibís. Vuestros propios hechos os delatan y os condenan. Por otra parte, si las más torpes preocupaciones populares atraviesan siglos y civilizaciones, ¿cómo no atravesarán unos años, tradiciones evangélicas como las de 1840 a 1846? Lo que más nos ayuda en esta jornada de redención final es ese nucleo que os sirve como la espina dorsal al cuerpo humano. Esos druidas, sacerdotes de la falsa religión, restos de aquellos tiempos, cuyas deformidades no podrán ocultarse a los ojos de la juventud. Y esto, no porque entonces fueran pecadores (¡quién no peca en la humanidad!), sino, por impenitentes, por avezados e incorregibles. Lo que llamaba el Santo Oficio, herejes relapsos: un Omega, por ejemplo. Hombres en quienes la conciencia se corrompió y murió, que hicieron una fortuna en la carrera de contrabandista, por ejemplo, que quiebran luego, y que quedan viviendo sin esa noble entraña; inclinada la cabeza, el gesto compungido, la mirada de zorro, y el aire de verdaderos tartufos.

Son estos tales los encargados de desengañar. Por la revelación de sus odios, por la petrificación de sus rencores, y por la pertinacia granítica de su inocente vanidad, son estos taumarturgos, los que husmeando portafolios, y profesando un amor entrañable a los de Hacienda, para moralizar las Aduanas, son los factores más enérgicos del desengaño universal.

Ya revelaron esos dragomanes los quilates de su sinceridad, dirigiendo farsas, imponiendo a Venezuela un Presidente, al empuje de las bayonetas. Ya restablecieron su resorte favorito de predominio, que es el terror, transfiriendo la jurisdicción de sus antiguos asesinos togados, a una pequeña turba de malhechores y verdugos. Ellos continuarán siendo lo que siempre fueron; así como los pueblos de Venezuela, cada vez más inteligentes, valerosos y constantes, continuarán resistiendo a la opresión, y combatiendo y venciendo a sus opresores.

A muy alto precio alcanzaran el goce de sus derechos en plenitud perfecta; pero no pudiera ser de otro modo. Crímenes atroces, como el de sus mandatarios de 1846, cuestan siempre a las pobres sociedades, edades enteras de desdichas. Esos veintitrés años discurridos ya, no son sino el producto natural y necesario de aquel frenético atentado. Año infausto para Venezuela, en que el jefe indigno que la presidía, corazón de hiena, derrocó el sistema fundamental de la República y, asociado a una tribu enloquecida por la vanidad, se alzó traidoramente contra el soberano, contra el pueblo soberano, en el acto augusto del ejercicio de esa soberanía.

¡Y claman ahora esos mismos hombres, de una manera estentórea y continua, contra el empleo de las vías de hecho; contra el recurso a las armas. Pero decid, dementes: ¿pudiera haber sido otro el resultado de vuestro crimen? Nada significa en América el derecho divino, que sirve de fundamento a todo poder y jurisdicción en algunas regiones; nada el derecho hereditario, que legitima en otras la autoridad del monarca; la teocracia sería irrisión; y nada sino bombas incendiarias las combinaciones y equilibrios aristocráticos. A todas esas legitimidades del antiguo mundo, ha sustituido la América el voto de la mayoría, constitucionalmente expresado. Decidme, infieles, derrocada esa voluntad soberana, ¿qué podría sobrevenir? ¿Qué debería necesariamente seguirse a esa iniquidad sin nombre en los códigos penales? Y aun pudisteis colmar la medida de aquella traición. Caísteis como fieras sobre el pueblo bondadoso de Venezuela, atónito y espantado, y tramojos, cadenas, mazmorras y balazos, la crueldad salvaje de los caribes, fueron el premio que le acordasteis, invocando el nombre de la ley. ¡Contáronse por centenares vuestras sentencias de muerte, y ¡a cuántos de vuestros desgraciadísimos semejantes arrancasteis la vida!

¿Qué derecho dejasteis en pie? ¿A que leyes, instituciones o reglas dejasteis atenido al pueblo de Venezuela? Sois, ¡desgraciados!, los fundadores exclusivos de ese bárbaro derecho de la fuerza, bajo el cual viene derramando sangre esa desdichada sociedad desde 1846.

Y os aplicáis los sobrenombres de buenos, de honrados, de hombres orden y de moralidad, ensanchando así con otra usurpación, y siempre desatentados, el abismo que os separa de la gran mayoría nacional.

Haceis más. Calumniáis a vuestras victimas más ilustres, acusándolas, con satánica mala fe, de que han corrompido las masas Nada os importa que esos hombres que maldecís, fuesen grandes modelos. Olvidáis el numeroso y honrosísimo cuadro de ciudadanos eminentes que fueron los apóstoles de la doctrina liberal. Olvidáis largos años de escritos, tan patrióticos como templados y luminosos. Aquellas páginas, autorizadas por las leyes, es verdad que revelaron al pueblo sus derechos constitucionales, que yacían sepultados bajo aquel régimen capcioso de la autocracia. ¿Pero no concebís que esa corrupción de que nos acusáis, va a recaer sobre las instituciones fundamentales de la República, sobre los derechos que ellas consagraban, porque esto fue lo único que nosotros revelamos a nuestros compatriotas? Enseñar a los pueblos a practicar la República, a convertirla en una realidad, que hubiera sido el modelo en la America del Sur y nuestro orgullo, ¿osáis apellidarlo corrupción de las masas? ¿De dónde sacáis valor suficiente, audacia bastante, para tan gratuita, tan calumniosa acusación, ante las nuevas generaciones que estáis empeñados en engañar?

Con igual desenfado repetís, para hacerlo creer a estúpidos y a hombres nuevos, que aquellos apóstoles de la más ingenua y sana y legal doctrina, (a todos los cuales habéis tenido artes y perversidad bastantes para convertirlos en verdaderos mártires), no eran sino falsos tribunos, unos demagogos, instigadores de la rebelión; y con esa ponzoña de verdaderos escorpiones, añadís que éramos especuladores, que con palabras bombásticas engañábamos a los pueblos para enriquecernos. Tenéis toda la osadía de Belcebú; como él, seríais capaces de querer perder al Dios Hombre, nuestro Redentor. ¿Cómo atentáis, en medio de Venezuela, a calificar de manera tan infame a un José Luis Ramos, a un Félix María Alfonso, a un Estanislao Rendón, a un Tomás J. Sanabria; y con ellos a Tomás Lander, Silverio González, Fidel Ribas, Mauricio Blanco, Rafael Arvelo, Manuel Maria Echeandía, Carlos Arvelo, Esteban Herrera y Santiago Terrero; como a Bruzual, Arteaga, Andueza, J. M. Garcia Austria, Urrutia, Anzola, Aranda; y a verdaderas eminencias del sacerdocio mismo, como un doctor Díaz, como un Alberto Espinosa, como un Suárez Aguado, como al ilustrísimo Pérez de Velazco y como al inmaculado José Felix Blanco; y a ese ornamento de nuestra literatura y nuestras aulas, el célebre escritor doctor Felipe Larrazábal; y como a tantos otros hombres generosos y magnánimos, que predicando los principios fundamentales de la República o contribuyendo a difundirlos, afrontaban todo el poder de la autocracia de veinticinco años y todo el de vuestra secta de empinadas logreros, gozadores, oligarcas, ton los Bancos a vuestra disposición, y con toda la sociedad a vuestros pies?

A tales hombres, apóstoles y mártires, que en tiempos tenebrosos renunciaron noble y desinteresadamente a todos los halagos, favores y gangas, con que el poder premiaba a sus viles esclavos, ¿los llamáis falso tribunos, y especuladores? Eso no es sino el síntoma más acentuado de ese delirio en que vivís; como aquel desgraciado de la fábula, atado a una peña, y devorado por sierpes, que lo torturan y despedazan sin descanso y sin término posible. Esas sierpes, son, vuestra soberbia, que se siente vencida; vuestra vanidad, que está humillada; vuestra ambición, que se ve burlada; vuestra crueldad, que tropieza con su impotencia; y la más horrible de todas vuestras pasiones, la envidia, de lengua ponzoñosa y colmillo envenenado, y que en sus convulsiones se destroza a sí misma. Es que a los treinta años de lucha, vencidos tantas veces, postrados ya, y en agonías angustiosas, deliráis y maldecís, sin conciencia de lo que estáis haciendo.

¡Los viles, los mercenarios, los siervos del poder y de la fortuna, los logreros de oficio, acusando a los fieles y denodados repúblicos de especuladores, del vicio degradante que esos calumniadores han convertido en profesión!

Leed, febricitantes, leed esos nombres que quedan consignados, añadid el del autor de estas líneas, y decid: ¿Qué riquezas son esas, que los fundadores del partido liberal hemos acumulado, no ya por expeculación, pero ni aun en pago de nuestros desinteresadísimos servicios? ¿Dónde están las riquezas de esos mártires, la mayor parte descansando en sus sepulcros?

¡Y pretendéis que el pueblo de Venezuela ponga fe en vuestras palabras, y deposite en vosotros su confianza!

¿Cómo queréis que aparezcan a los ojos de la posteridad aquel centenar de ciudadanos eminentes, que de paso, de improviso, os cítamos en nuestro artículo inserto en "El Federalista” de 30 de julio anterior? ¿Es como demagogos también, y falsos tribunos, o es como trulla de imbéciles, seducidos por nosotros, con patrañas de la ralea de las vuestras?

Necesario es insertar aquí aquellos párrafos. Helos aquí:

"Un partido que presidió el ilustre Martín Tovar, y en que figuran tantos nombres connotados y aun ilustres, ¿no éramos sino un club de facciosos?

"No quisiera, en una improvisación, citar nombre notables, atenido a la memoria del momento, y después de tantos años; pero aun así, espero hacer que se recuerde y reconozca la magnitud de aquel partido, y la distinción y notabilidad de inmenso número de sus sostenedores.

"La gravedad y moderación que tanto recomiendan a nuestro clero, no permitían que él formase una sociedad; pero es evidente y notorio que dos terceras partes de las dignidades eclesiásticas y venerables párrocos pertenecían al partido liberal. Los Suárez Aguado, los Espinosa, Díaz, Ravelo, Osío, el ilustrísimo Pérez de Velazco, Rivero, Guzmán, Pereira, Betancourt, Aguinagalde y, como estos, esclarecidos y prominentes ministros del Señor, como nuestro actual dignísimo Prelado el virtuoso y patriota Guevara, dos terceras partes por lo menos del respetable clero nacional.

"Tampoco formaban sociedad especial los ilustres libertadores y sus dignos sucesores en el ejército de la patria, que casi entero en sus clases elevadas pertenecía al gran partido liberal. Desde la primera espada desenvainada en América en defensa de la libertad, desde el honrado y desprendido Rodríguez del Toro, desde Mariño, que mereció tan justamente el eminente titulo de libertador, véase la lista de aquellos hombres preclaros, que en ella se encontrará a Carabaño, Olivares, Mejía, Valero, Beluche, Borrás, Conde, Monzón, Cala, Briceño, Castelli, Muñoz Tébar, Portocarrero, Cornelio Muñoz, al desgraciado Rodríguez, Castañeda, Veroes, los tres Jiménez, Austria, Guevara, los Garcés, Parejo, Acevedo, Morales, Carrillo Carmona, Lugo, Núñez, Vallenilla, el valiente García, Hernández, Pulido, Rondón, Bustillos, Zárraga, y como ellos, que bastarían a ennoblecer cualquier partido, los dos honradísimos y patriotas Ayala, los Ibarra, Montilla, Salom, Blanco Lara, Silva, los Monagas, los Plazas, y otros muchos que en el momento no pueden estar todos en la memoria.

"Esos verdaderos próceres, esos patriotas, modelo del glorioso estado militar, ¿no constituirían el honor de aquel partido?

"En lo civil, recuérdese con justicia y exactitud la inmensa lista de hombres eminentes que nos pertenecieron. El patriarca Urbaneja, como su digno colega el virtuoso Yanes, J. L. Ramos, le honrado Sanabria, el patriota Lanz, el sabio Revenga, el severo Rufino González, el eminente Aranda y, como ellos, Ponte, los Castillos, los Hurtados, los Acevedos, los Iribarren, José Manuel García, los Echeandía, Bruzual, Manuel Quintero, Domingo Machado, S. Rivas Tovar, Orea, los Keyes, Mauricio, Teodoro, Miguel y Luis Blanco, Antonio José y Luis Escalona, Tomás Lander y sus dignos hijos, Urrutia, Rafael Arvelo, Carlos Arvelo, y los que con tanto honor llevan su nombre, Juan José Toro, Joaquín Herrera, como Esteban y Bernardo Herrera, Level de Goda, Level Bermúdez, Arteaga, Rendón, Alfonzo, los Larrazabal, los Pachecos, los Moneguis, Pereira Lozada, Francisco Rivas y sus dignos hijos, Viana, Rivas y Rivas, Villegas, los Pulidos, Rivera, los Zamoras, Villafañe, Landa, Yépez, Pérez (Juan Antonio) todos los Clementes, Bolet, los Caballeros, Riverol, Santiago Madrid, José Luis Moreno, los Guardias, Caballero, Juan García, Navarrete, Zérega, Machado, Landaeta, Juan F. Guzmán, Silverio González, los Alas, los Torres, Juan Gual, los Peñas y los centenares de notabilidades que en toda la extensión de Venezuela formaban, de cantón en cantón y de parroquia en parroquia, con casi la masa entera de nuestros pueblos las numerosas y entusiastas sociedades liberales. ¿No bastan a imponer silencio a la mentira, ni a demostrar de la manera más patente que imaginarse puede, que aquel partido constituía la inmensa mayoría de la República?

"Pero hay más, ya que se tiende a suponer que el partido liberal era sólo compuesto de individuos del pueblo. Tres cuartas partes de lo que lleva el nombre de mantuanismo, pertenecían a la comunión liberal, como lo puedo demostrar y lo haré si fuere necesario.

"Un partido...

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