AL CIUDADANO ESCLARECIDO

I

¡Páez! ¿Por qué os detenéis aún lejos de nosotros? ¿Por qué no os ven ya nuestros ojos? ¿Por qué no os tocan nuestras manos?... Nos han dicho que venis a Visitarnos. ¿Y por que tardáis? ¿Por qué no voláis?... Los corceles de la victoria están a vuestro lado; ellos se beben el viento en la carrera. Tomad uno, montadlo, y partid al escape a nuestros brazos.

II

Queremos ver de cerca esa aureola de gloria, que no cabe ya, según se dice, en vuestras sienes. Queremos descargaros del peso de los laureles que os agobian. Queremos veros entrar por nuestras calles, apuesto y gentil sobre vuestro caballo de guerra, y entre vítores y aplausos del entusiasmado pueblo que os oprima, oír de vuestros labios las nuevas de la victoria y la salud de la patria. Queremos señalaros con el dedo a los niños, que se agrupen apiñados para miraros, y que nos pregunten al pasar vos, cuál es el héroe. Queremos teneros a nuestro lado, y que estéis frisando con nosotros, para mirar de hito en hito esos ojos, que han fijado siempre la suerte de los combates; para tocar cien veces esas manos, que han dado otras tantas la paz; y para recoger de vuestra boca embelesados esas palabras, que forman la historia del heroísmo, y darían materia sobrada para escribir un poema.

Venid; volad presto; tomad uno de vuestros corceles de la victoria, y partid al escape a nuestros brazos.

III

Tal vez os detiene el agasajo de los pueblos que se hallan a vuestro paso; tal vez os han tupido el camino de flores para dilatar más nuestra dicha; tal vez os dan música que os embriaga, y largos festines, en que el placer, sucede al placer y las horas a las horas. Tal vez los himnos son divinos, y la gratitud inmensa, y el amor con que os tratan avaro y mágico, y por eso os habeis dormido un tanto, y porque os habéis dormido, nos habeis olvidado. Pero mirad; nosotros tenemos más que esos pueblos; os daremos más que esos pueblos; os queremos más que esos pueblos. Ahí tenemos en las faldas del Avila un bosque entero de palmas: todas son para vos; todas las gastaremos en tejer vuestras coronas. Ahí tenemos el sol de Caracas, bello y puro, que nos dará nuevos manejos de luz para llevar a vuestra frente. Ahí tenemos la historia de Bolívar, maravillosa, increíble, épica; pondremos en ella vuestro nombre. Ahí tenemos también la fama puesta de pie sobre la tumba del Libertador; le contaremos una por una vuestras hazañas y hechos de armas, y le mandaremos que vaya volando a publicarlas a las cuatro playas del mundo. Y si esto fuera poco, ahí está nuestro amor; no os podemos dar más, porque os damos todo; no os podemos querer más, porque os queremos con el amor de los hijos.

No os detengáis, pues; partid volando, y llegad ya donde os podamos ver con nuestros ojos, y tocar con nuestras manos.

IV

Ya otra vez nos habéis dado la paz de un modo igual. Vos debéis acordaros aún, porque no hace mucho más de un decenio. El genio de la rebelión había aparecido entre nosotros para devorarnos, y ocupaba la ciudad con sus aprestos bélicos y con sus armas de muerte; la silla de la autoridad suprema lloraba en la orfandad; las casas estaban de luto, las plazas yermas; las calles solitarias, y los moradores huyendo al despoblado sin volver atrás la cabeza. Entonces fue que vinisteis vos, y llegásteis y asentásteis vuestros reales en la plaza de San Pablo; y no fue menester más, para que volviese la autoridad a ocupar su dosel, y volviese el contento al recinto del hogar doméstico, y se viese de nuevo bullir la gente en las calles, y se oyese en todas partes bulla de fiesta y de algazara. En ese tiempo os aguardaba un enemigo que os quería mal, y que huyó despavorido a vuestra vista. Ahora, por el contrario, os aguardan vuestros amigos, que os saldrán al encuentro, que os estrecharán contra su pecho, que os amaran con todos los amores, y que os pondrán sobre las niñas de sus ojos.

Y entonces, ¿por qué os detenéis aún lejos de nosotros? ¿Por qué no os ven ya nuestros ojos? ¿Por qué no os tocan nuestras manos?... Los corceles de la victoria están a vuestro lado; ellos se beben el viento en la carrera. Tomad uno, montadlo, y partid al escape a nuestros brazos.

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