CAPÍTULO XII

DE LOS AEROLITOS

  1. Su composición química. --– 2. No se forman en la atmosfera, ni proceden de volcanes lunares o terrestres. --– 3. Son pequeños planetas. -- 4. Apariencias que presentan. -- 5. Su periodicidad.

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Nos queda todavía que tratar de la clase más numerosa de cuerpos que componen nuestro sistema planetario; es a saber, las estrellas volantes o piedras meteóricas, que el vulgo llama exhalaciones, y se designan más generalmente con la denominación, también impropia, de aerolitos (piedras del aire).

Estos cuerpos caen frecuentemente en la tierra; y la análisis química ha manifestado que se componen de hierro, azufre, níquel, cromo, cobalto, cobre, manganeso, sílice, magnesia, fósforo y carbón: el hierro y cobre en un estado metálico; lo que no sucede en ninguna de las agregaciones minerales que se encuentran a la superficie de la tierra. Es digno de notar que estas piedras no son nunca una parte integrante de las capas que forman la corteza de nuestro globo.

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Algunos han creído que los aerolitos se formaban en la atmósfera, como el granizo. En el día, se ha desechado esta idea; porque la atmósfera no contiene diseminados en su seno los elementos que hemos enumerado; porque se sabe que los aerolitos atraviesan regiones del espacio superiores a las más elevadas de la atmósfera; y porque no descienden con la moderada velocidad y en la dirección casi perpendicular del granizo, sino en líneas sumamente oblicuas, y con una celeridad prodigiosa, comparable a veces a la de la misma tierra en su órbita.

Se ha pensado también que podían proceder de las erupciones de algún volcán de la luna, que los arrojase a bastante distancia para que atraídos por la tierra girasen alrededor de ella o se precipitasen sobre su superficie. Pero las últimas observaciones telescópicas no han descubierto volcanes actualmente activos en la luna; aunque parece indudable que han existido y algunos de ellos prodigiosamente grandes y poderosos. Ni podrían explicarse satisfactoriamente de ese modo la frecuencia y la periodicidad del fenómeno. Estas dos últimas consideraciones se aplican también a los volcanes de la tierra; en que no se ve, por otra parte, bastante fuerza para lanzar masas enormes a tanta distancia.

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La opinión casi general en el día es la que considera las estrellas volantes como pequeñísimos astros (asteroides), que giran alrededor del sol en gran número con una velocidad planetaria, describiendo secciones cónicas, y obedeciendo, del mismo modo que los planetas y cometas, a las leyes de la gravitación.

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Cuando llegan a los limites de nuestra atmósfera, se encienden y suelen romperse en fragmentos, que cubiertos de una corteza negruzca y brillante se precipitan a la tierra en un estado de calefacción más o menos intensa.

Llámanse entonces bólidos y piedras meteóricas. Preséntase a veces una nubecilla oscura en un día sereno, y luego se oyen explosiones como la del cañón, y descienden masas de piedra de la naturaleza que hemos descrito. A veces bólidos enormes, despidiendo humo entre detonaciones ruidosas, derraman en el cielo una luz tan viva, que ha llegado a percibirse en medio del día bajo el sol ardiente de los trópicos. Otras veces se ven descender de un cielo enteramente despejado, sin nube alguna precursora: así se observó en el grande aerolito que el 16 de setiembre de 1843 cayó con un estruendo semejante al del rayo en Kleiwenden, no lejos de Mulhouse. Vense también estrellas volantes pequeñísimas; puntos luminosos, que parecen trazar en el firmamento innumerables líneas fosfóricas. Son más frecuentes y de más vivos colores en la zona tórrida; efecto, sin duda, de la mayor diafanidad del fluido atmosférico.

Empiezan a brillar o a inflamarse en alturas en que ya reina un vacío casi absoluto. Pero su elevación es variable, pues se extiende desde 3 hasta 26 miriámetros. Su velocidad llega a ser hasta de 9 millas por segundo.

Las mayores piedras meteóricas de que hay noticia, son la de Bahía en el Brasil y la de Otumpa en el Chaco, que tienen de dos a dos y medio metros de largo.

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Las estrellas volantes son las más veces esporádicas, esto es, raras y solitarias; pero hay ocasiones en que forman enjambres que atraviesan el cielo, o se las ve caer a millares. Estas últimas, que los escritores árabes han comparado con los nublados de langostas, son a menudo periódicas y siguen direcciones paralelas. Las más célebres son las del 12 al 14 de noviembre, y las del 9 al 14 de agosto, que se conocen con el nombre de lágrimas de San Lorenzo; y se notaron la primera vez en Postdam el año 1823, y el de 1832 en toda Europa, y aun en la isla de Francia. Pero la idea de periodicidad no ocurrió hasta el año siguiente de 1833, con motivo del prodigioso número de estrellas volantes que se vieron en los Estados Unidos de América en la noche del 12 al 13 de noviembre. Caían como copos de nieve, y hubo paraje en que por espacio de nueve horas se contaron más de 240,000. Recordóse entonces otra aparición semejante, simultánea para muchos lugares del nuevo mundo entre el Ecuador y la Groenlandia, y se reconoció con asombro la identidad de las dos épocas. El mismo flujo de meteoros ocurrió en 1834 en la noche del 13 al 14 de noviembre; y desde entonces ha seguido observándose en Europa la periodicidad del fenómeno, según el ilustre autor del Cosmos.

Las lágrimas de San Lorenzo han presentado igual carácter; y es probable que se descubran otras épocas análogas.

Estas tropas de asteroides forman sin duda diversas corrientes que cruzan la órbita terrestre, como el cometa de Biela. Sujetas a considerables perturbaciones, no es extraño que su aparición se anticipe o retarde, y varíe de intensidad y de forma.

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