CAPÍTULO XI

DE LOS COMETAS1

1. Este Capitulo fue publicado en El Araucano, nº 755, Santiago, 7 de febrero de 1845. A continuación del título del capítulo consta la siguiente nota: "Lo que sigue se ha extractado de la Astronomía de Sir John F. W. Herschell, y forma uno de los capítulos de un tratado de Cosmografía para uso de los colegios, por A. B." Las variantes respecto al texto dado en la Cosmografía son simplemente enmiendas de redacción que mejoran el estilo y la expresión de los conceptos. (Comisión Editora. Caracas).
  1. Número de cometas. -- 2. Aspectos y constitución física de estos astros. -- 3. Su movimiento. -- 4. Cometas de Halley, de Encke y de Bicla. -- 5. Perturbaciones. -- 6. Cometas de 1843 y 1845. -- 7. Magnitud de algunos cometas.

1

El extraordinario aspecto de los cometas, sus rápidos y al parecer irregulares movimientos, su inesperada aparición y la prodigiosa magnitud en que a veces se nos presentan, los han hecho en todos tiempos un objeto de asombro, mezclado de supersticiosos temores para el vulgo, y lleno de enigmas aun para aquellos espíritus que se han familiarizado más con las maravillas de la creación y las operaciones de las causas naturales. Aun ahora que sus movimientos han dejado de mirarse como irregulares, o como regidos por leyes diversas de las que retienen a los planetas en sus órbitas, su íntima naturaleza, y las funciones que ejercen en la economía del mundo particular en que vivimos, son tan desconocidas como en las edades anteriores.

El número de los que la historia recuerda, y de los que han sido observados astronómicamente, se cuenta por centenares; y si reflexionamos que en los primeros siglos de la astronomía, y aun en tiempos recientes, antes de la invención del telescopio, sólo los grandes y brillantes fijaban la atención de los hombres; y que de entonces acá apenas ha pasado año en que no se hayan visto uno o dos de estos astros, y que a veces han aparecido hasta tres a un tiempo, se admitirá sin dificultad que llegan a muchos millares los que vagan por los espacios celestes. Gran número de ellos se sustraen sin duda a nuestras observaciones, porque sólo atraviesan aquella parte del cielo que está sobre el horizonte durante el día, pues en este caso es necesaria la rara coincidencia de un eclipse total de sol, para que puedan verse; como acaeció, según el testimonio de Séneca, el año 60 antes de Cristo, en que apareció un gran cometa a muy poca distancia del sol eclipsado. Algunos, con todo, han sido bastante luminosos para dejarse ver aun al mediodía en todo el esplendor de la luz solar, como lo hicieron los cometas de 1402 y 1532, y el que apareció poco antes de la muerte de Julio César.

2

Compónense los cometas, ordinariamente, de una masa nebulosa de luz, ancha y espléndida, pero mal definida, la cual se llama cabeza, y suele ser mucho más brillante hacia el centro, que ofrece la apariencia de un núcleo luminoso, parecido a una estrella o planeta. De la cabeza, en una dirección opuesta al sol, salen como dos chorros divergentes de una materia luminosa; éstos se ensanchan y difunden a cierta distancia de la cabeza; a veces se cierran y juntan a poco trecho; otras continúan separados por un largo espacio; presentando un aspecto como el del rastro que algunos meteoros brillantes dejan en el cielo, como el fuego divergente de un cohete, aunque sin chispa y sin movimiento aparente. Ésta es la cola o cauda; magnifico apéndice, que tiene a veces una magnitud inmensa. De un cometa aparecido el año 371 antes de Cristo refiere Aristóteles que ocupaba la tercera parte del hemisferio, o 60 grados; el de 1618 arrastraba una cola de no menos de 104 grados; y el de 1680, el más célebre de los tiempos modernos, cubría con su cola un espacio de más de 70 grados de la bóveda celeste, y según algunas relaciones, de más de 90.

La cauda falta a veces. Muchos de los más brillantes las han tenido cortas y débiles, y no pocos se han visto sin ellas. Los de 1585 y 1763 no tenían vestigio de cola; según Cassini, el de 1682 era tan redondo y tan luminoso como Júpiter. Por el contrario, no faltan ejemplos de cometas ataviados de muchas colas o emanaciones luminosas divergentes. El de 1744 tenía seis abiertas como un inmenso abanico, y extendidas hasta una distancia de 30 grados. Las colas de los cometas son a veces curvas, doblándose en general hacia la región que acaban de atravesar, como si se moviesen más lentamente, o encontrasen embarazo en su carrera.

Los pequeños cometas, que apenas pueden verse con el auxilio del telescopio, son sin comparación los más numerosos, y frecuentemente carecen de cola, presentándosenos bajo la forma de masas vaporosas, redondas o algo ovaladas, más densas hacia el centro, donde no se percibe núcleo, ni cosa alguna que tenga la apariencia de un cuerpo sólido.

Las estrellas de menor magnitud permanecen claramente visibles, aunque cubiertas por lo que parece la porción más densa de la sustancia de los cometas; siendo así que esas mismas estrellas se nos ocultarían completamente en una moderada neblina que se levantase pocas varas sobre la superficie de la tierra. Y supuesto que aun los cometas mayores en que se percibe un núcleo, no exhiben fases, sin embargo de ser cuerpos opacos que sólo brillan porque la luz del sol se refleja en ellos, síguese que aun éstos deben considerarse como grandes masas de delgado vapor, íntimamente penetrables por los rayos del sol, y capaces de reflejarlos desde su interior sustancia y desde su superficie. Los más leves nublados que flotan en las altas regiones de nuestra atmósfera, y que, al ponerse el sol se nos muestran como empapados de luz, o como si estuviesen en completa ignición, sin sombra ni oscuridad alguna, son sustancias densas y macizas, comparados con la tenuísima gasa de la casi espiritual estructura de los cometas. Así es que aplicándoles poderosos telescopios se desvanece luego la ilusión que atribuye solidez a su núcleo; aunque es verdad que en algunos se ha dejado ver una como pequeñísima estrella, que indicaba un cuerpo sólido.

Siendo tan pequeña la masa central de los cometas, la fuerza de gravitación que ella ejerce sobre su superficie no basta a sujetar el poder elástico de las partes gaseosas; y a eso sin duda es debido el extraordinario desarrollo de la atmósfera de estos astros. Que la parte luminosa de un cometa es parecida al humo, la niebla, o las nubes suspendidas en una atmósfera trasparente se manifiesta por un hecho frecuentemente observado, es a saber, que la porción de que está rodeada la cabeza se ve separada de la cola por un intervalo menos luminoso, como si estuviese sostenida por una faja diáfana, al modo que vemos una capa de nubes sobre otra, mediando entre ambas un trecho despejado. Pero es probable que haya en ellos muchas variedades de estructura y constitución física.

3

Los movimientos de los cometas son al parecer sumamente irregulares y caprichosos. A veces permanecen visibles por unos pocos días, a veces por meses enteros. Unos andan con extremada lentitud, otros con una celeridad extraordinaria; y un mismo cometa aparece acelerado o lento en diferentes partes de su carrera. El cometa de 1472 describió en un solo día un arco celeste de 120 grados. Unos llevan un rumbo constante, otros retrogradan, otros hacen un camino tortuoso; ni se limitan, como los planetas, a un distrito determinado, antes atraviesan indiferentemente todas las regiones del cielo. Las variaciones de su magnitud aparente son también notabilísimas; su primer aparecimiento es a veces bajo la forma de inciertos bultos, que andan muy poco y arrastran muy pequeña o ninguna cola, y que por grados aceleran su curso, se ensanchan, y despiden una cauda cuyo grandor y brillo aunmentan, hasta que (como sucede siempre en tales casos) se acercan al sol, los perdemos de vista entre sus rayos; pero después emergen por el otro lado, apartándose del sol con una velocidad al principio rápida, y sucesivamete menor y menor; y entonces es, y no antes, cuando brillan en todo su esplendor, y cuando se desenvuelve con más magnificencia su cabellera o cola; indicando así claramente que la acción de los rayos solares es lo que produce esta singular emanación. Continuando su receso, su moviento se retarda; y la cola se desvanece o es absorvida por al masa central, que también se debilita hasta perderse de nuestra vista, acaso para no volver a alla jamás.

A no ser por la clave que la teoría de la gravitación suministra a la ciencia, permanecería sin solución el enigma de tan caprichosos y al parecer anómalos movimientos. Habiendo demostrado Newton, que un cuerpo que gira alrededor del sol bajo el imperio de aquella ley, puede describir en su órbita cualquiera de las curvas que se conocen con el nombre de secciones cónicas, le ocurrió inmediatamente que esta proposición general era aplicable a las órbitas cometarias; y el gran cometa de 1680, uno de los más notables de que hay memoria por la inmesa longitud de su cauda, y por lo mucho que se acercó al sol (hasta la distancia de una sexta parte del diámetro de aquel luminar), le proporcionó una excelente ocasión para probar su teoría. El suceso fue completo. Newton halló que el comenta describía en torno al sol una elipse de que este astro ocupaba un foco; pero una elipse tan excéntrica que no podía distinguirse de una parábola; y en esta órbita las áreas descritas alrededor del son eran, como las órbitas planetarias, proporcinales a los tiempos. Desde entonces fue una verdad recibida (y las observaciones posteriores la han confirmado) que el movimiento de los comentas obedece a las misma leyes que el de los planetas primarios y secundarios, consistiendo todas las diferencias en la extravagante prolongación de la curvas, en la diversidad de direcciones (mientras que los planetas se mueven generalmente de occidente a oriente); y en la suma variedad de las inclinaciones de los planos de estar curvas al plano de la eclíptica.

La parábola es el límite de una elipse por una parte, que vuelve sobre sí misma, y la hipérbola, por otra, cuyas ramas divergen al infinito. El comenta que describe una elipse, por largo que sea el eje de ésta, no puede menos de haber visitado antes al sol, y de volver a visitarles en períodos determinados. Pero si su órbita es parabólica o hiperbólica, cuando ha pasado una vez el perihelio se aleja de nosotros para siempre y se pierde en la inmensidad del espacio; a no ser que atraído por otro gran luminar de los innumerables que pueblan el universo, se incorpore en otro sistema. Pocos cometas de los que han podido observarse describen órbitas hiperbólicas; los más se mueven en elipses, y pueden mirarse como miembros permanentes de nuestro sistema, a los menos en cuanto las atracciones de otros cuerpos celestes no les hagan variar de rumbo.

4

Entre éstos merece particular mención el cometa* de Halley, llamado así en memoria del célebre Edmundo Halley, que, calculando su órbita a su paso por el perihelio el año de 1682, en que apareció con grande explendor arrastrando una cola de 30 grados de largo, fue inducido a juzgar que este cometa y los de 1531 y 1607, cuyos elementos había averiguado también, eran en realidad uno solo. Como los intervalos de estas apariciones sucesivas eran de 75 y 76 años, Halley predijo su reaparecimiento para hacia, el año de 1759 este anuncio llamó la antención los astrónomos; y al acercarse el tiempo, se tomó el mayor interés en saber si las atracciones de los planetas mayores alterarían el movimiento orbital del cometa. Clairaut emprendió y efectuó el intrincado cómputo de sus influencias con arreglo a la teoría newtoniana de la gravitación, y halló que la acción de Saturno retardaría su vuelta 100 días, y la de Júpiter no menos de 518, en todo 618 días; de lo que infirió que su reaparecimiento sucedería más tarde de lo que habría correspondido a su periodo regular sin estas perturbaciones, y que, en suma, su tránsito por el perihelio se verificaría a mediados de abril de 1759, un mes más o menos. Verificóse en efecto el 12 de marzo de aquel año. Su próxima vuelta al perihelio fue calculada por los señores Damoiseau y Pontecoulant, por el primero para el 4, por el segundo para el 7 de noviembre de 1835; y Sir W. Herschel anunció que se vería como un mes o seis semanas antes de esa fecha, y que como entonces habría de acercarse bastante a la tierra, exhibiría probablemente una bella apariencia, aunque juzgando por las sucesivas degradaciones de su tamaño aparente y de la longitud de su cola en sus varias apariciones de 1305, 1456, etc., no era de esperar aquel imponente y tremendo aspecto, que había llenado de supersticiosos terrores a nuestros abuelos en la Edad Media, y dado motivos a que se decretasen oraciones públicas para mitigar la maligna influencia del cometa. Viósele en Roma el 5 de agosto de 1835, dando una nueva prueba de la diafanidad del aire italiano; en Berlín el 13 y en Londres el 23 del mismo mes. En la primera mitad de octubre, se aumentó mucho su brillo; y su movimiento aparente entre las estrellas del hemisferio boreal fue bastante rápido. Su cauda se extendió notablemente; y mirada por un telescopio de mucho alcance, era doble. El cometa parecía tener un núcleo sólido.

*. La edición de 1848, dice "planeta" por "cometa". (Comisión Editora. Caracas).

En tiempos más recientes, se han identificado otros dos cometas con otros anteriormente observados. El primero fue el cometa a que se dio el nombre de Encke, profesor de Berlín, y cuya órbita extraordinariamente excéntrica, está inclinada 13° 22ʹ al plano de la eclíptica, y es recorrida por el cometa en 1207 días, o tres años y medio. Observado en 1819, Encke anunció su retorno en 1822, y se cumplió su predicción, como lo han sido las de sus reapariciones posteriores, aunque con alguna anticipación; circunstancia que ha dado mucho que pensar a los astrónomos, atribuyéndola algunos a la resistencia de un medio.

El segundo fue el cometa de Biela, así llamado por el nombre de su descubridor. Describe alrededor del sol una elipse moderadamente excéntrica en seis años y tres cuartos. Apareció en 1832 y en 1838. Es un cometa pequeño, insignificante, sin cola, y sin la menor apariencia de núcleo sólido. Su órbita corta próximamente la de la tierra, y si ésta se hubiese adelantado un mes en 1832, se hubiera encontrado con él; encuentro que quizá no hubiera carecido de peligro.

5

Los cometas son perturbados en su carrera por los planetas, y Júpiter es el que les ha ocasionado más embarazos. El de 1770, que, según las observaciones de Lexell, describía una moderada elipse en un periodo de cinco años, poco más o menos, fue arrojado de su órbita por Júpiter, y obligado a moverse en otra de dimensiones mucho mayores, sin que un encuentro tan extraordinario causase la menor alteración en el movimiento de los satélites, aunque metido entre ellos; de lo que se colige la extremada pequeñez de su masa.

6

El año de 1843 ha visto el aparecimiento de un cometa de extraordinaria magnificencia por el esplendor y extensión de su doble cauda, cuya longitud abrazaba como 40 grados1. Pasó por su perihelio el 27 de febrero, acercándose al sol hasta la distancia de 32,000 leguas, y moviéndose entonces con tan extraordinaria velocidad que en el corto intervalo de 2 horas 11 minutos recorrió toda la parte boreal de su órbita, y estuvo dos veces en conjunción con el sol. En la segunda de estas conjunciones, se proyectó sobre el hemisferio solar visible a la tierra, produciendo un eclipse parcial que no pudo observarse en Europa, pues tuvo lugar a eso de la medianoche del meridiano de París. Del 27 al 28 de febrero corrió el cometa 292 grados de su órbita arrebatado entonces por una velocidad quince veces mayor que la de la tierra. Su dirección era de oriente a occidente.

1. Lo que sigue en este párrafo se ha tomado de una memoria presentada por M. Arago a la Academia de las Ciencias de París en los días 27 de marzo y 3 de abril de 1843. (Nota de Bello).

Por el mes de enero de 1845, apareció en el hemisferio del sur otro hermoso cometa, el mayor sin duda que ha visto la generación presente con la sola excepción del de 1843. No hemos hallado que su aparecimiento haya hecho sensación en Europa*.

*. Este artículo, en la primera publicación de este capítulo XI (El Araucano, nº 755, Santiago, 7 de febrero de 1845), apareció redactado en la siguiente forma: "Cuando se escriben estas líneas (enero de 1845) tenemos a la vista en el hemisferio del sur otro hermoso cometa, acerca del cual aguardamos el resultado de las observaciones de los astrónomos europeos". (Comisión Editora. Caracas).

7

Digamos algo sobre las dimensiones de estos astros. He aquí la de algunos de ellos.

La cola del gran cometa de 1680, inmediatamente después de su tránsito por el perihelio, se halló tener veinte millones de leguas de largo, y haber ocupado solamente dos días en su erupción del núcleo; prueba decisiva de haber sido lanzada por una fuerza poderosa, cuyo origen (como se ve por la dirección de la cola) debe buscarse en el sol. Su mayor longitud alcanzó a 41 millones de leguas, que es mucho más de la distancia entre el sol y la tierra; la cola del cometa de 1769 se extendía 16 millones de leguas; la del gran cometa de 1811, 36 millones. La porción de la cabeza de éste, comprendida dentro de la envoltura atmosférica diáfana que lo separaba de la cola, era de 180,000 leguas de diámetro. Apenas es concebible que tanta cantidad de materia arrojada a tan enormes distancias pueda recogerse y concentrarse otra vez por la débil atracción de semejantes cuerpos, y esto explica la rápida diminución de las colas de aquellos que han sido observados muchas veces.

La cola del cometa de 1843 se extendía en 18 de marzo de aquel año sobre un espacio de 60 millones de leguas, contadas desde el núcleo; y se calculaba que, si hubiese tenido igual longitud el 27 de febrero, cuando el cometa pasó por el perihelio, su extremidad habría alcanzado a mucha más distancia que la de la órbita terrestre. La tierra estaba el 23 de marzo en la misma región que había sido ocupada por el cometa el 27 de febrero, de manera que si él hubiese pasado por el perihelio 24 días después, nuestro globo habría tenido forzosamente que atravesar la cola en su mayor anchura. No ha podido identificarse este cometa con ninguno de los anteriormente observados1.

1. Arago en la memoria citada.
Humboldt observa que es apenas posible atribuir las variaciones en el brillo de los cometas a las de su situación con respecto al sol. Pueden, dice, proceder también de su condensación progresiva y de las modificaciones que deben sobrevenir en la potencia refringente de los elementos de que se componen.
Otro cometa de corto período ha sido descubierto por Faye en el observatorio de París, en 1843: su órbita está comprendida entre las de Marte y Saturno, y es entre todas las de los cometas conocidos la que se desvía menos de la figura circular. Su periodo es de poco más de siete años.
Esta clase de cometas contrasta con otro grupo, cuyos periodos parecen abrazar millares de años. Tal es el bello cometa de 1811 que, según Argelander, gasta 3,000 años en su revolución, y el espantoso cometa de 1680, cuyo tiempo periódico pasa de 88 siglos, según Encke. Estos dos astros se alejan del sol hasta la distancia, aquél de 21, éste de 44 radios de la órbita de Urano, es decir, hasta 6,200 y 13,000 millones de miriámetros.
Los temores que antes inspiraban los cometas han tomado una dirección más vaga. Sabemos que en el seno mismo de nuestro sistema planetario existen cometas que visitan, a cortos intervalos, las regiones en que la tierra ejecuta sus movimientos; conocemos las perturbaciones que sus órbitas experimentan por la influencia de Júpiter y de Saturno, perturbaciones notabilísimas que pudieran alguna vez trasformar un astro indiferente en un astro temible: el cometa de Biela atraviesa la órbita de la tierra; la resistencia del éter que llena los espacios celestes propende a estrechar todas las órbitas; y las diferencias individuales que se observan en estos astros dan motivo de sospechar que las hay en la cantidad de materia de que se componen sus núcleos. Tales son los fundamentos de nuestras aprensiones actuales; y por más que se quiera tranquilizarnos con el cálculo de las probabilidades, que habla sólo al entendimiento ilustrado por un estudio filosófico, semejante motivo de seguridad no puede producir aquella convicción profunda que consiste en el asenso de todas las facultades del alma; es impotente sobre la imaginación, y el reproche que se hace a las ciencias de excitar alarmas que ellas mismas no pueden después sosegar, no carece de fundamento. (Cosmos). (Nota de Bello).

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