VI

AEROLITOS*

*. Este artículo se publicó en El Araucano, n° 764, Santiago, 11 de abril de 1845. Fue reproducido en O. C. XIV, pp. 425-429. (Comisión Editora. Caracas).

El lunes 7 de abril a las cuatro de la tarde, se ha oído en Santiago una detonación lejana, pero bastante fuerte para conmover las ventanas y producir una sensación general de alarma. Los que estaban a la sazón en la calle, vieron como en las altas regiones de la atmósfera un rastro al parecer de humo, semejante al de los cohetes; y se sintió al mismo tiempo un rumor sordo, como el de una carreta distante, el cual se repitió distintamente por segunda vez y tercera vez.

El fenómeno de que hablamos, es hoy bastante conocido; y se sabe que generalmente lo acompaña la caída de masas metálicas más o menos voluminosas a las que se ha dado el nombre de bólidos (proyectiles), aerolitos (piedras del aire), uranolitos (piedras del cielo), y otros varios que han reemplazado la denominación vulgar de piedras de rayo, equivalentes a las antiguas brontia y ceraunia.

"“Los verdaderos aerolitos (dice M. Thillaye en la Enciclopedia de Courtin) tienen ordinariamente una superficie negra, como vitrificada, por lo que se ve que estas masas han estado sujetas a la influencia de un Intenso calor. Por dentro, su color es pardusco; y su contextura, granujienta con puntos metálicos. Su densidad varía. A la caída de los aerolitos precede la aparición de un globo luminoso, que atraviesa el espacio con más o menos rapidez, y hace oír un ruido que unas veces se asemeja al de un trueno, y otras a la descarga simultanea de varias piezas de artillería, o de una carreta que llevase una pesada carga sobre un camino empedrado. Sucede a veces que este globo se precipita a la tierra sin dividirse; otras estalla, y sus fragmentos, lanzados en todas direcciones, se dispersan sobre una extensa superficie. A veces no hay más que una explosión; otras se repite a cortos intervalos; se prolonga un tiempo considerable, imitando el estruendo de una descarga de fusilería, bien sostenida y poco distante. Es harto probable que los globos de fuego llamados bólidos, que desaparecen sin detonación, son verdaderos aerolitos, que en razón de su velocidad no hacen más que cruzar la atmósfera o pasan a una distancia demasiado considerable para que los detenga la atracción de la tierra.

"“Dudóse mucho tiempo de la realidad de este fenómeno. Una caída de piedras que hubo en Barbotán el año de 1790, fue mirada, a pesar de los testimonios más auténticos, como una patraña popular, y el redactor de un diario científico de aquella época se expresa así: «¿Cómo no gemirán nuestros lectores que saben algo de física y de meteorología, al ver que una municipalidad entera atestigua, consigna en un documento formal y solemne un rumor vulgar que no puede menos de excitar la compasión, no decimos ya de los físicos, sino de todo hombre de buen juicio». Hoy día es indubitable el fenómeno. Desde 1750 hasta 1826 se han contado 78 caídas de piedras bien atestiguadas; 50 de ellas en este siglo. En el mismo lapso, se han observado 14 lluvias de materias pulverulentas, o de otras sustancias blandas, secas o húmedas. En 26 años se ha visto reproducirse 64 veces un fenómeno que en 1803 se miraba todavía como físicamente imposible. Por grande que parezca este número, no es probablemente la cuarta parte de los aerolitos y lluvias de piedras metálicas que han acaecido, pues todas las que suceden en el mar o en las regiones inhabitadas del globo son pérdidas para la observación. Es de esperar que este ejemplo notable de los errores a que puede arrastrarnos la precipitación de nuestro juicio, hará más circunspectos a los hombres que engreídos de su profundo saber, niegan todo lo que no comprenden y colocan en el número de los ignorantes y crédulos a los que piensan que un hecho poco probable, pero bien atestiguado, y cuya imposibilidad no es evidente ni puede demostrarse, no debe mirarse inconsideradamente como fabuloso.

"“En 1803, se vio en varias partes de Bretaña y Normandía un globo inflamado de un brillo extraordinario, que se movía con mucha rapidez en la atmósfera. Pocos instantes después se oyó en Laigle, y en un circuito de 30 leguas, una explosión violenta, que duró 5 ó 6 minutos. Percibiéronse al principio tres o cuatro detonaciones como cañonazos, seguidas de una descarga comparable al estruendo de un fuego graneado; después de lo cual se oyó como un espantoso redoble de tambor. El aire estaba sosegado; el cielo, sereno. El ruido salía de una nube que pareció inmóvil durante todo ese tiempo, arrojando vapores divergentes en cada una de las explosiones sucesivas. En todo el cantón sobre el cual se mantuvo como suspensa la nube, se oyeron silbidos semejantes al de una piedra lanzada por una honda, y se vio caer una multitud de masas sólidas, exactamente parecidas a las que se conocían con el nombre de piedras meteóricas, en número de 2 a 3,000, diseminadas sobre un óvalo de cerca de dos leguas y media de largo y una de ancho. Esta relación, la más circunstanciada de cuantas hemos obtenido hasta ahora, se debe a M. Biot, que se trasportó al distrito, e interrogó a los testigos. Examinadas las piedras, se aseguró de que, entre las producciones mineralógicas del país, no había ninguna que se les asemejase. En una palabra, no omitió ninguna de las precauciones que, según las reglas de una sana lógica, comprueban un hecho de tal modo que no queda efugio a la incredulidad.

"“Todos los aerolitos se componen de sílice, magnesia, hierro, níquel, manganeso, cromo y azufre. Su densidad varía de 3,2 a 4,3 (comparada con la del agua); lo que proviene sin duda de alguna pequeña diferencia en sus partes constituyentes, y de la temperatura más o menos elevada a que han subido en el momento de su descenso"”.

"“Estos caracteres constantes (dice Biot) indican con la mayor evidencia un origen común. Es preciso notar, además, que el hierro no se encuentra nunca, o casi nunca, en estado metálico en los cuerpos terrestres. Las materias volcánicas no lo contienen sino oxidado. El níquel es también muy raro, y no se encuentra jamás sobre la superficie de la tierra; el cromo es todavía más raro.

"“Muévanse en una dirección oblicua al horizonte y se ven a muy grandes alturas, hasta la de diez leguas sobre la superficie de la tierra, según se colige de las observaciones hechas simultáneamente en parajes distantes, al momento de su explosión. No tienen una dirección determinada.

"“Se han imaginado diversas hipótesis para explicar este fenómeno. Laplace creía que estas piedras eran lanzadas por los volcanes de la luna; y sometiendo esta idea al cálculo, encontró que bastaba para ello una fuerza de proyección cuádrupla de la de una bala de calibre lanzada con 12 libras de pólvora. Esta fuerza, no teniendo resistencia atmosférica que vencer, porque la luna carece de atmósfera, sería suficiente para desprender del globo lunar una masa metálica; y la gravitación terrestre la haría luego precipitarse a nuestro planeta. No es inverosímil que los volcanes de la luna puedan dar tanto impulso a un cuerpo, supuesto que los de la tierra tienen una fuerza de proyección muy superior, aunque la intensidad mayor de la gravitación en la superficie de nuestro globo, y sobre todo la enorme resistencia de nuestra atmósfera, no les dejen producir iguales efectos. Otros físicos creen que los aerolitos son pequeñísimos planetas o fragmentos planetarios, que circulan en el espacio como los otros cuerpos celestes, y que encontrándose a veces con la atmósfera de la tierra, se inflaman en ella por el roce violento que sufren en razón de su velocidad, y caen por fin a la tierra por efecto de su peso. Esta idea parece apoyada por el descubrimiento reciente de cuatro pequeños planetas; pero no explica la identidad de composición de los aerolitos”."

La misma objeción se aplica, hasta cierto punto, a la hipótesis precedente. Milita además contra ella la diferencia esencial que se ha observado entre la sustancia de los aerolitos y la de las materias volcánicas. En cuanto a la hipótesis que suponía formados estos cuerpos en la atmósfera por la reunión de los elementos vaporizados debida a su afinidad química bajo la influencia de la electricidad o de otra causa semejante, esta idea se ha desechado generalmente por argumentos incontestables, uno de ellos la grande altura de que descienden los aerolitos, y a que no pueden elevarse ni las nubes ni los vapores.

Uno de los más notables aerolitos es la masa enorme de hierro nativo que descubrió Bougainville no lejos del río de la Plata, y cuyo peso se ha calculado en 100,000 libras. ¿Es ésta la célebre masa de hierro encontrada por Rubín de Celis en las pampas de Buenos Aires cerca de Santiago de Tucumán? El análisis de este enorme aerolito ha dado 881 milésimos de hierro, y 119 de níquel, según Howard.

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